El curso arranca y ya no hay quien lo pare. Tampoco sabemos si ha parado alguna vez. Un ciclo tras otro, una puerta que se cierra, una ventana que se abre, una cancela entre abierta, un latido en cada calle.
Este curso, que sigue el río que pulula a 920 metros por el aljibe de una sierra y se impregna de aromas jandeños, hoy se enfrenta a unos de los retos que antes ya había conseguido, pero que el tiempo lo ha perdido.
A lo largo de la historia conocemos el río que zigzaguea por prados y viene a morir a una desembocadura, quizás antes distinta, más amplía, más limpia. Lugar de confluencia entre el mar y la tierra, entre el cielo y la meseta, entre lo dulce y lo salado, entre la orilla y la ribera.
Ese estuario, brazo impregnado de historias por contar, nos muestra el camino del pasado, brindando con el futuro.
Sólo hay que poner los ojos en las grandes ciudades, las bañadas o acariciadas por un río. Todas se miden por el tamaño de sus puentes, los puentes de Dublín, de Amsterdam, de París, de Roma, de Sevilla, del mundo.
En Cádiz, como no hay río, pero resulta que allí van a parar, se camino sobre un brazo férreo por hacía el Río San Pedro y dentro de poco sobre la inmensidad de una magna infraestructura sobre mar, para brindar con Puerto Real.
La opción pesquera es la menos probable, pero ese lugar donde ahora dormitan los corazones almadraberos, debe ser un adalid de la cultura, el ocio, el turismo, el trabajo y la defensa de nuestro rincón.
Volviendo al lugar de origen de esta misiva, ávidos lectores, Baesippo, Barbat, Guadibeca… son algunos de las llamadas que han utilizado para este caudal, que un día le dejaron sellado como Barbate. Para nosotros, el Río Viejo, que representa otro tiempo, otros sueños.
Y sin embargo, el cíclico curso de la vida, nos hace pensar en volver sobre nuestros pasos y, con lo ya aprendido, seguir sumando con las entrañas de ese río.
Por si fuera poco, el estuario viene acompañado de una enigmática marisma, que se mueve con los vientos y que permanece quieta ante nuestra mirada profana y es cobijo de aves que quieren sentir nuestro aire.
Si realmente es hora de despertar, despertemos. Miremos al río, busquemos en sus entrañas, juguemos con su historia, potenciemos sus recursos naturales, paseemos por su entorno, que el paseo marítimo se mezcle con el fluvial y pongamos fin a años de ostracismo. Ganaremos todos.
Navegable o no, porque eso quizás son otros lodos, pensemos en un lugar de esplendor de hosteleros, restauradores y demás empresarios de un sector que necesita que el verano no sea sólo el agosto.
Dos meses no solucionan una vida. Industria, explotemos los recursos naturales. Convirtamos en oro esa agua entre lo salada y lo dulce, que debe ser el río del impulso de un pueblo que nació de su río y que lleva dándole la espalda casi 60 años.