“El mar se cobra lo que es suyo”. Ese dicho popular entre los marineros volvió a hacerse real en la mañana del 5 de septiembre de 2007 de la manera más cruel posible. Sí, el mar se cobró lo suyo, pero a cambio dejó un rastro de dolor y pena en todo un pueblo que lloró la muerte de los ocho marineros del ‘Nuevo Pepita Aurora’.
Ocho familias rotas, ocho familias golpeadas por la tragedia, con viudas, con huérfanos, que estuvieron arropados por todos los barbateños pero que nunca podrían recuperar a ese ser querido, ese esposo, marido, hermano o hijo, al que habían visto por última vez horas antes sin saberlo. Vidas que quedaban enredadas en el oleaje de aquel temporal de levante que se llevaba con él los momentos que nunca vivirían, las palabras que nunca dirían y los recuerdos que ya no quedarían.
Sin embargo, no era la primera vez que Barbate lloraba una tragedia de tal magnitud. Como pueblo marinero, la desgracia es inherente a la propia labor, y Barbate ya traía cicatrices de otras veces en las que el mar también se había cobrado lo suyo. Se perdona pero no se olvida.

Así, el mismo día en que la quilla del ‘Nuevo Pepita Aurora’ miró al sol, en la memoria colectiva de Barbate aún se mantenía vivo el recuerdo del ‘Joven Alonso’, hundido el 8 de diciembre de 1960 con 39 tripulantes en su interior. No hubo supervivientes y jamás se encontraron cadáveres que dieran fe de la tragedia. Simplemente, desapareció.
Aquella terrible noticia conmocionó Barbate durante meses, ya que, todos conocían o tenían algún lazo familiar con algún miembro de la tripulación. Durante semanas se buscaron rastros del barco y el tiempo fue pasando sin que se supiera nada más. El ‘Joven Alonso’ dejó en tierra a casi cuarenta viudas de luto y un centenar de huérfanos. Hoy, un monolito en la entrada del puerto recuerda los nombres de aquellos hombres.
Doce años después de tan terrible tragedia, el mar consideró que era hora de que Barbate volviera a pagarle un tributo. Y así, en un buen año de pesca como fue aquel 1972, el Dolores de Gomar fue abordado por un buque de la Marina, llevándose por delante la vida de cuatro de sus 18 tripulantes y engrosando la lista de familias afectadas.
Tragedias gemelas
Pero la tragedia del ‘Nuevo Pepita Aurora’ se extiende más allá de las fronteras barbateñas y hace revivir el mismo dolor a otras familias en la otra punta de España, en una tragedia compartida con puntos en común y ese desgarro que solo da perder un ser querido.
Y es que tres años antes de aquel fatídico día de septiembre, un 2 de junio de 2004, la tripulación del ‘O Bahía’ salía de Burela (Lugo) hacia la ría de Vigo con diez tripulantes. Nunca llegarían. El barco naufragaría cerca de las Islas Sisargas, dejando seis muertos y cuatro desaparecidos. Según el informe del siniestro realizado por el Ministerio de Fomento, la causa del naufragio fue “la pérdida de estabilidad transversal del buque que originó su vuelco y posterior hundimiento”.
El ‘O Bahía’ era una embarcación gemela del ‘Nuevo Pepita Aurora’, construida en el mismo astillero con la misma disposición. En la investigación quedó corroborado que el navío tenía problemas estructurales que no habían sido corregidos y que favorecieron su hundimiento. En tres años, nadie se preocupó por advertir y corregir estos fallos a su hermano barbateño y el barco siguió faenando como si nada. Y así, el dolor y la tragedia unieron dos puntos tan lejanos y cercanos a la vez.